miércoles, 17 de octubre de 2018

La ironía mató a Isaak Bábel

El autor soviético arroja a la cara en “Caballería roja”, con admirable concisión, la facilidad con que aflora la brutalidad en el ser humano

 


Fue pocas semanas antes de que cerraran nuestra cafetería de los desayunos del fin de semana. Creíamos que iba a durar para siempre. Nos cogió por sorpresa porque la relación era reciente. Poco más de dos años. Pero un sábado como otros pocos, con el periódico bajo el brazo, en vez de con el café nos encontramos con la persiana metálica echada, y un cartel que rezaba: Se traspasa. Yo le susurré a L.: “No puede ser… Aquí nada dura nada…”. Me miró asombrada: “Nos gustaba su tranquilidad, ¿qué esperabas?”. Pero pocas semanas antes, digo, aún podíamos unir dos mesas y desplegar el periódico sobre ellas, mancharlo de aceite e interrumpir continuamente la lectura del otro declamando párrafos subjetivamente interesantes. Una vez L. derramó el zumo de naranja sobre la sección de Internacional y nunca estuvo el mundo mejor vitaminado.

Yo extraía el cuadernillo literario y cedía a L. el grueso del noticiero. Ella, por deformación profesional, rechazaba tajantemente el suplemento médico injertado un sábado al mes, y se concentraba en las dolencias sociales. Mis ojos toparon de repente con el título de un libro: El derecho a escribir mal (Tres Puntos Ediciones, 2018), de Lionel Trilling. Fue pocas semanas antes de que cerrara la cafetería, insisto. Un derecho tan antiguo como la literatura, pero mantenido en secreto desde los albores de la Humanidad. Hasta ese momento no se lo había visto, ni oído, mencionar a nadie, a pesar de ser una atribución excepcionalmente extendida por todo el planeta.

Así que me las apañé para tener el libro en mis manos esa misma semana, una apasionante recopilación de ensayos literarios escritos cuando el siglo XX dejaba atrás su edad mediana. Y en este volumen, en efecto, encontré la preciada frase y la referencia inmediata al autor que la pronunció. Fue Isaak Bábel, en 1934, en el I Congreso de Escritores Soviéticos, y dice exactamente así: “Me encantaría que en nuestra bandera se inscribieran las palabras de Sóbolev acerca de que el Partido y el Gobierno nos lo han dado todo sin quitarnos más que un privilegio: el derecho a escribir mal. Camaradas, no nos engañemos: este es un derecho fundamental, y que nos lo quiten no es poca cosa. Es un privilegio que muchos gozamos y al que le dimos amplio uso. Así pues, camaradas, renunciemos a este derecho, y que Dios nos ayude. Y si no hay Dios, ayudémonos nosotros mismos”.

Este fragmento de su discurso es de por sí un monumento literario y, por supuesto, yo quise mucho más. Pocas semanas antes de perder el rincón de nuestros desayunos de fin de semana, llamé la atención de L. “Escucha…”. Ella me miró por encima de las gafas. “Me encantaría que en nuestra bandera… privilegio… que Dios nos ayude…”. Por encima de las gafas me preguntó: “¿Y eso quién lo ha dicho?” Yo no sabía quién era Isaak Bábel ni qué había escrito. La necesidad de un café me llevó a una cafetería, sobre cuya mesa despiecé un diario, y en una de las piezas me llamó la atención el título de un libro, lo mandé traer y cuando por fin lo abrí el libro me condujo a la presencia del autor, y el autor me mostró Caballería roja (Rústica Narrativa, 2018).

Isaak Bábel (1894-1940) nació en Odessa y era hijo de un comerciante judío. En su adolecencia estudió hebreo, la Biblia y el Talmud. A los 15 años empezó a escribir relatos en francés. Ya en 1916 Gorki publica sus primeras obras. Se une a la Revolución de Octubre, de 1917 a 1924 es soldado en el frente rumano y sirvió en el Comisariado de Instrucción Pública, en el Ejército del Norte y en el Primer Ejército de Caballería. Entre 1920 y 1925 aparecen los relatos que componen Caballería roja, que nos sumerge en la fracasada campaña de los soviéticos contra Polonia, en un destacamento de cosacos, quienes se habían distinguido anteriormente por su persecución de los judíos.

Son 34 relatos, más otros cuatro incluidos en un anexo. En ellos, casi todos bastante breves, impera una concisión de acero. Tremendamente perfeccionista, dejó dicho que “ningún hierro puede penetrar en el corazón humano de manera tan estremecedora y gélida como un punto puesto a tiempo”. Conviven en los textos los altos ideales, y la vida cotidiana de los soldados, con el terror que producen en la población civil; la esperanza de construir una “internacional de las buenas personas” con la brutalidad más gratuita. Bábel muestra las escenas sin juicios morales y deja al lector esa pesada carga. La impresión es inolvidable.

Como escritor, Bábel encontró su propia voz, que le alejó de las tesis dominantes del realismo socialista. El estalinismo empezó a echar en falta en su obra las dosis adecuadas de “romanticismo revolucionario” y, por tanto, a poner trabas a su difusión. Y como ya se sabe que la ironía es una interpelación a la inteligencia, en su discurso de 1934, en el que se autodefinió como “maestro del silencio” y apeló al derecho a “escribir mal”, el régimen dictatorial no vio sino un ataque político. Sólo había que esperar. El 15 de mayo de 1939 Bábel fue arrestado y el 27 de enero de 1940 se le ejecutó de un tiro en la nuca. Se le acusó de trotskista y de espiar para Francia y Austria. En sus últimos días de vida rogó a sus enjuiciadores que le devolvieran los papeles que le requisaron, para acabar varios proyectos literarios que tenía avanzados. Nunca más se supo de ellos.


La mujer levanta del suelo sus delgadas piernas, alza el vientre abultado y retira la manta que cubre al hombre dormido. El viejo yace muerto, tumbado de espaldas. Tiene el gaznate arrancado, la cara cortada por la mitad de un tajo, y la sangre azul cubre su barba como un pedazo de plomo.

-Señor -me dice la judía y sacude el colchón-. Han sido los polacos, y mientras tanto él les suplicaba: matadme en el patio trasero, que mi hija no vea cómo muero. Pero ellos hicieron lo que les vino en gana. Expiró en este cuarto, y pensaba en mí… Y yo ahora quiero saber -dijo de pronto la mujer con una fuerza terrible-, quiero saber, en qué otro lugar de la tierra se podría encontrar un hombre como mi padre…

Relato El paso del Zbruch, fragmento
Caballería roja (Rústica Narrativa, 2018)
Isaak Bábel


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