martes, 9 de julio de 2019

Una pareja de ancianos dándose la espalda en un sofá



La primera imagen que tuve del protagonista fue la de una cámara de seguridad situada en el ángulo superior entre dos paredes. Él estaba de espaldas, con la camisa arremangada. A su izquierda una mujer atendía un mostrador y, ante sí, había una puerta. Yo veía la escena en blanco y negro; la imagen oscilaba ligeramente, como en un monitor antiguo. Al fin el protagonista daba un paso hacia la puerta, cabizbajo.

Ahora miro una ilustración en tonos ocres. Una pareja de ancianos se dan la espalda, sentados en un sofá. Ella ignora completamente a su compañero, mientras que él la mira de reojo. Cruzan sus brazos en actitud defensiva. A la derecha, casi saliendo de encuadre, se ve un busto medio tapado por un sombrero. El autor del dibujo es Rafael Ruiz, amigo y compañero del colectivo literario Alas de Papel. Todo un artista que ha captado a la perfección el tono y el fondo de la historia.

Porque se trata de un relato, Felicidades, ganador del XXII Certamen Literario Vigía de la Costa (2018), que acaba de publicar el Ayuntamiento de Benalmádena en un opúsculo de distribución gratuita, con prólogo de María José Amador. Una magnífica iniciativa cultural, que pone la creación literaria a pie de calle.

A partir de la mirada de la cámara de seguridad, en una habitación opresiva, intenté contar una historia que se insertara en la realidad de nuestros días, a pesar de aparentar un entorno distópico. Es un barniz que cumple la misma función que un buen acabado en los materiales de una casa: hacer que todo encaje, atraer, confortar. Bajo ese barniz hay varias capas argumentales y bajo esa historia varias historias. Ni siquiera puedo decir que entreverar las diferentes lecturas del relato fuera un acto consciente, pero lo cierto es que lo escribí así, y así lo descubrí, sorprendido, cuando di por concluida la versión definitiva del relato. Que siempre es la que resulta de dar unos buenos tijeretazos.

Ahora reparto el opúsculo en puntos concretos de Antequera, para que el relato llegue de alguna manera al público: un museo receptivo, una entrega de premios, un quiosco de confianza… Mientras lo hago L. me observa a unos pasos, en actitud de espera tras sus gafas de sol. Me ha regalado una pluma de émbolo, que se carga directamente del tintero, para que le firme con ella su ejemplar de Felicidades.

Salvador Rivas

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