miércoles, 2 de octubre de 2019

"Luz de agosto" para personajes errantes

Yo era aún un cándido adolescente cuando me atreví con una novela de William Faulkner, El ruido y la furia. No recuerdo exactamente cuántas páginas leí pero puedo asegurar que fueron escasas. Desde entonces han pasado unas pocas décadas y algunos otros libros de autores diversos. Tenía una deuda, sí. Que al fin he saldado con Luz de agosto (Alfaguara, 2010) y puedo decir que en parte gracias a las nuevas tecnologías.


Fue L. quien me adviritó sobre la existencia de eBiblio, el sistema de préstamo digital de las bibliotecas públicas españolas. Tras unos torpes intentos de registrarme acudí allí donde debía: la biblioteca más próxima. Y debo afirmar que es un sistema estupendo, aunque no lo uso tanto como podría, debido a mi extrema resistencia a renunciar totalmente al libro como objeto al que tocar, acariciar y olfatear. Poseer, en suma. Pero a lo que voy: el sistema de préstamo digital me resulta muy útil a la hora de leer libros que difícilmente se encuentran de otra manera o de los que, a priori, desconfío. "Tienes prejuicios", me dice L.

Y así es. Yo tenía un prejuicio con Faulkner, que era como la alergia adulta a un alimento que de pequeños nos hizo sufrir. Hasta que lo volvemos a probar, a veces sin reparar en ello, y descubrimos que lo amamos apasionadamente. En este caso creo que va a ser más bien un plácido amor duradero.

He encontrado en Luz de agosto una pléyade de personajes errantes en el profundo sur de Estados Unidos. Seres humanos que deambulan de un lado a otro, y que se establecen  por un tiempo indeterminado en pequeñas escalas de su infinito viaje. Siempre fuera de lugar. Reconocemos un universo familiar: la Gran Depresión, la segregación racial, la violencia asfixiante, física y moral, en un mundo rural aferrado a las supuestas bondades de la etapa anterior a la abolición de la esclavitud. Y entramos en una estructura narrativa poderosamente original, en la que los saltos temporales se sustentan sobre puntos de vista complementarios ante los mismos hechos. La historia avanza deslizando distintas capas de información, que se superponen para lograr el prodigio de una gran novela.

La Luz de agosto en el condado de Yoknapatawpha (territorio literario mítico que antecede al Macondo de García Márquez) alumbra vidas, esperanzas, soledades y miserias. Todos los personajes, todas las emociones, se entrelazan alrededor del asesinato de una mujer blanca. La sombra de las singladuras homéricas pesa enormemente en la narración, aunque no se atisba ningún puerto al que deseen regresar los protagonistas. Épica de moderna literatura, con un majestuoso dominio de las metáforas y una prosa a cuyo placer hay que abandonarse sin condiciones.


Sentada en la orilla de la carretera, con los ojos clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena piensa: «He venido desde Alabama: un buen trecho de camino. A pie desde Alabama hasta aquí. Un buen trecho de camino». Mientras piensa todavía no hace un mes que me puse en camino y heme aquí ya, en Mississippi. Nunca me había encontrado tan lejos de casa. Nunca, desde que tenía doce años, me había encontrado tan lejos del aserradero de Doane.

Hasta la muerte de su padre y de su madre, ni siquiera había estado en el aserradero de Doane. Sin embargo, los sábados, siete u ocho veces al año, iba a la ciudad en la carreta. Vestida con un trajecito de confección, colocaba de plano sus pies descalzos en el fondo de la carreta y sus botas en el pescante, junto a ella, envueltas en un pedazo de papel. Se ponía sus botas justo en el momento de llegar a la ciudad. Cuando ya era algo mayor, le pedía a su padre que detuviera la carreta en las cercanías de la ciudad para que ella pudiese descender y continuar a pie. No le decía a su padre por qué quería caminar en lugar de ir en el carruaje. El padre creía que era por el empedrado bien unido de las calles, por las aceras lisas. Pero Lena lo hacía con la idea de que, al verla ir a pie, las personas que se cruzaban con ella pudiesen creer que vivía también en la ciudad.


Fragmento de Luz de agosto, de William Faulkner



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