martes, 13 de noviembre de 2012

Villavieja, año cero


Villavieja se derramaba desordenada y confusa al pie de Sierra Oscura. El Castillo apuñalaba la roca viva y de la herida manaban ladera abajo las calles angostas y serpenteantes, que rodeaban las manchas blancas de los barrios antiguos, las salpicaduras grises de los palacios renacentistas y la afilada virilidad de los campanarios de las iglesias. Las nubes escondían la corona de la sierra y se desgajaban, dóciles, entre los desfiladeros.


Villavieja me pareció hermosa y distinta, esculpida por gigantes y arrojada con violencia ladera abajo hasta dejar su último aliento al pie de la llanura. Como el artista que, poseído por la cólera, intenta destruir su obra.

Bajé del autobús en la calle Mayor de Villavieja y lo vi alejarse, tosiendo, hacia la estación. Los adoquines sacudían los coches que se aventuraban a cruzar la ciudad. Las aceras agrietadas se estrechaban ante los desnudos alcorques de los naranjos, cuyas hojas estaban cubiertas por un barniz blanquecino.

El Ayuntamiento era un gran edificio de piedra en las que reposaban los siglos. Había sido un monasterio franciscano y, cuando la orden fue despojada por los liberales en el siglo XIX, fue a parar graciosamente a manos de un terrateniente. Pocos años después lo vendió a la ciudad por un precio extravagante. Villavieja consiguió así su Palacio Consistorial. Pues ninguna autoridad era respetable en Villavieja si no se asentaba en un palacio.

Tras la gran puerta enrejada, abierta de par en par, aparecían un claustro y un patio dominado por un centenario ciprés que, atrincherado en un lateral, daba sombra a una fuente barroca. Las palomas acudían a ella para beber y bañarse, atascaban los surtidores y el desagüe, forzando su continua limpieza. Las palomas sobrevolaban las cubiertas de las decenas de iglesias monumentales de Villavieja, predicaban el zureo instaladas bajo las tejas de las casas solariegas y criaban sin reparos en cuanto llegaba marzo. Con sus ácidos excrementos atacaban la piedra, disolvían los huesos de una ciudad aferrada al pasado.

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