martes, 20 de noviembre de 2012

Más de 6.200 periodistas han perdido su trabajo desde 2007

Imagen de El Observador
La crisis económica se está llevando por delante millones de empleos. El periodismo no se salva, al contrario: es una de las profesiones con una situación crónica de empleo precario. Con una supercrisis galopante, el efecto es devastador. Sólo en los grandes grupos de comunicación la pérdida de puestos de trabajo se crifra en más de 6.200 periodistas enviados al paro, según datos recopilados por El Observador. A esto habría que añadir el reguero de despidos en los medios de comunicación locales que no dependen de ningún grupo, muchos de ellos enraizados en ciudades-pueblo como Villavieja.

Con la Gran Burbuja Inmobiliaria todo constructor, o empresario con ínfulas que se preciara, debía poseer un periódico. No tener influencia vía amiguismo, intereses comunes o volumen de publicidad contratada, no. Tenía que ser de su propiedad. Y cualquier político de medio pelo debía tener a su disposición los medios de comunicación de su particular reino de taifas, que para algo repartía a ojo la publicidad institucional.

En Villavieja tenemos un semanario de derechas que babea siempre en torno del poder establecido, aunque aminore sus preferencias (a la fuerza ahorcan) en tiempos de gobierno de la izquierda. Lo gestiona una familia que reparte fobias y filias según sus particulares intereses. La sociedad que reflejan se asemeja a la del siglo XIX.

Hay otro semanario que fundaron seis periodistas y un comercial, un producto de mucha calidad en su origen que tuvo un gran éxito. Tanto que abrieron también una tele. Pero al comercial le pareció que los periodistas le sobraban, les hizo la vida imposible y poco a poco se fueron del proyecto. Al comercial le pareció justo igualmente que "su" tele la mantuviera el Ayuntamiento. Y como eso era una locura, decretó que se le diera caña a esos políticos desagradecidos que, al parecer, tanto le debían.

Hoy ese semanario es un periódico desacreditado por los bandazos de su línea editorial, a la derecha o a la izquierda según el capricho del jefe o de algún amigo suyo. La tele tuvo que cerrar, cercada por las deudas. De los socios originales sólo queda el comercial. Dos redactores se reparten 52 páginas semanales. Están contratados a media jornada. Por supuesto, trabajan a tiempo completo más horas extra que tampoco se pagan. El jefe les amenaza cuando reclaman los atrasos: que tengan cuidado, que ahora la ley está de parte del empresario.

Por último hay un tercer semanario, al que aborrece el partido gobernante en el Ayuntamiento porque piensan por su cuenta. El periódico es parte de un grupo que tiene además una revista, la televisión local y una radio. En plantilla hay un redactor, un becario, un periodista de guardia los fines de semana y dos cámaras. El director, y propietario, echa una mano. El caos es su bandera. Muchos medios de comunicación para una plantilla reducida a la mínima expresión. El producto es de mala calidad, habida cuenta las condiciones.

Estamos a las puertas del periodismo sin periodistas. Cualquier gañán se compra una tele, una radio o un periódico. Pero lo que menos importa es qué profesionales elaboran un buen producto. Lo principal es que el gañán de turno pueda presumir magnate de la comunicación, que sus amigotes salgan mucho y bien, y que los trabajadores cobren una miseria. Si es que cobran.

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