martes, 4 de junio de 2019

La terna pitagórica y "Playa del Gato"

Ejemplares de Manguta de Libros en la Librería Proteo
Un ángulo recto es el formado por dos sofás de desigual tamaño en un salón, asomados a una pantalla tangencialmente presente. La línea mágica de la pantalla forma la hipotenusa y los dos catetos se asientan sobre los cojines. Hay quien llama a estos tres elementos, con lirismo, terna pitagórica. Sobre el extremo del sofá mayor está encendida la lámpara de Ikea, apoyada en una impresora. Ilumina un ejemplar de la colección Manguta de Libros, sostenido por las manos de L., quien lee tumbada. Lleva unas semanas diseccionando las micronovelas. Bucea y compara. Emite esporádicos sonidos, cuya transcripción fonética es irrelevante. Tan solo señalo que abarcan un arco (esto es, un fragmento de circunferencia) desde el punto “interesada” al punto “risueña”.

Playa del Gato (Ediciones del Genal, 2019) fue escrutada por L. antes de su publicación, y contó con su asentimiento. Desde entonces está enganchada a Manguta de Libros. Tal vez pronto haya que ingresarla en una clínica. Las sustancias químicas causadas por la lectura son brutalmente adictivas. Si se frena el consumo de emociones literarias el cerebro deja de producir esas sustancias. El síndrome de abstinencia puede llevar a fases de delirio súbito, agresividad e insomnio. Una alternativa son los narcóticos. De ahí lo de tener una pantalla a mano.

“Me ha gustado mucho”, musita L., bosteza y se estira, proyecta sombras chinas sobre el cateto menor. El librito ha caído al suelo. Se me viene a la cabeza que cuando leyó Playa del Gato su entusiasmo fue mucho más templado. Pero entonces me imagino a mí mismo en un quirófano, tomando apuntes mientras ella corta, diseca, punza, reduce, sutura, y con la última puntada exclamo “¡Me ha encantado! ¡Qué bien operas!”. Me parece ridículo. Debe de serlo también a la inversa. Así que si la tuviera delante con la mascarilla y el gorro y los guantes y la bata, chorreando sangre, no habría fuegos artificiales sino una mirada de discreta y profunda admiración. Y a continuación me desmayaría.

Cuando L. hurga en el interior del cuerpo humano sabe dónde encontrar cada órgano, qué hacer con ellos y cómo completar su tarea con éxito. Tiene un mapa mental de las entrañas, un protocolo de actuación y el talento necesario para acometer los imprevistos. Está todo en su cabeza y en sus manos. De ese escenario previo, virtual si se quiere, surge un modelo dúctil para explicar la realidad de un cuerpo abierto sobre una mesa, un cuerpo que sigue palpitando, y que continuará haciéndolo una vez reparado.


En el momento en que comencé a imaginar la historia de Playa del Gato, con chispazos de escenas que iban y venían, todos esos elementos se mezclaban en un caos inanimado, inabarcable para la geometría. Era una naturaleza muerta, en tanto que artificial, y había que trasladarle un soplo de vida. Era apariencia sin alma, en tanto que ficción sin depurar, por lo que precisaba un trasplante multiorgánico.

De este modo se invierte el proceso que emplea L. en la mesa de operaciones: ella aplica un modelo general a un problema particular, puro método deductivo. Yo inicié el camino de lo particular -una ficción sin forma- a lo general -encajarla en un molde reconocible-, abrazando el método inductivo. 

Playa del Gato tiene como eje temporal el año 2011: ya la crisis nos comía por los pies. Necesitaba un eje espacial, un decorado reconocible en el que introducir a los lectores y que se sintieran como en casa. Así surgió el doble escenario, el contraste costa/interior en una provincia turística, con entornos que estoy seguro cualquier lector es capaz de concretar a partir de su propia experiencia.

Ya tenía, pues, el espacio y el tiempo, el modelo matemático en el que se representan todos los sucesos físicos del Universo. Ahora había que inyectarle la energía suficiente como para poner en movimiento las partículas elementales de la narración. Encontré el combustible -la verosimilitud, esencial en el género negro- en las muchas portadas de prensa que hemos sufrido durante la última década, y en los innumerables titulares a una columna que se han esparcido por los periódicos compartiendo el espíritu del pecado original. Que no es otro que haber visto en la burbuja la belleza de un gran felino al que atrapar, desdeñando la voracidad de un depredador insaciable.


Salvador Rivas


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