jueves, 2 de julio de 2015

Una buena comida antes o después de un buen crimen

Hace ya varios meses que leí Los casos de Montalbano (Salamandra, 2014), que reúne las tres primeras novelas que Andrea Camilleri escribió sobre este famoso comisario siciliano, gran amante de la comida casera y de los restaurantes familiares, que gusta del vino con moderación y que vive a pie de playa sin triturar las normas urbanísticas. Resolver crímenes es su trabajo y, entre caso y caso, se entrega a esos mínimos placeres.

Le regalé a L. el libro por su cumpleaños. Fue ella la que descubrió la serie de televisión que pone La 2 los sábados o los domingos por la noche, según la época. A mí me había pasado inadvertida y a ella le hizo gracia esa Sicilia contemporánea con pinceladas costumbristas. No se rehúye el tópico siempre y cuando refuerce el contrapunto de una sociedad que vive, exhausta, el siglo XXI con los lastres seculares del clientelismo, la corrupción política y la mafia.

Precisamente se agradece que la mafia no sea un omnipresente monstruo de siete cabezas que todo lo justifique o lo explique. La mafia es un elemento más de la vida cotidiana, y como tal permanece en un discreto segundo plano. Los casos que debe resolver Montalbano están trufados de personajes corrientes, que se dejan arrastrar por los tres motivos que, combinados o no, resumen cualquier asesinato: el dinero, el sexo y el odio.

Estoy hablando, inadvertidamente, tanto de las novelas como de la serie de televisión. Nunca había visto una serie basada en literatura que fuera tan literal en la adaptación de los textos. Hasta en los diálogos. No en vano el propio Camilleri es uno de los guionistas. Sea en la tele o sea en los libros, Montalbano es una garantía de contención, dosis medidas de humor, diversión y una nunca resignada mirada sobre las pasiones mundanas. Sin artificios de por medio, pues el lector/espectador no se verá sobresaltado por desparramados tiroteos, persecuciones frenéticas, sofisticadas autopsias o meteóricas pruebas de ADN. Aquí todo es, simplemente, muy humano.


Salió a la galería, se sentó en el banco, se colocó el teléfono al lado y se puso a contemplar el mar. No podía hacer otra cosa, ni leer, ni pensar, ni escribir, nada. Sólo contemplar el mar. Se estaba perdiendo y lo sabía, en el pozo sin fondo de una obsesión. Le vino a la mente una película que había visto, basada quizás en una novela de Durrenmatt, en la que el comisario se obstinaba en esperar a un asesino que tenía que pasar por un determinado lugar de la montaña, por el que éste jamás volvería a pasar, pero el comisario no lo sabía, lo esperaba y lo seguía esperando y entre tanto pasaban los días, los meses, los años.

Fragmento de El perro de terracota, novela que forma parte del volumen Los casos de Montalbano junto con La forma del agua y El ladrón de meriendas.


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