lunes, 18 de noviembre de 2013

Woody Allen ha vuelto a casa

Imagen de "Blue Jasmine"
Como en casa no se está en ningún lado, que decía un primo segundo de una tía abuela: todos tenemos algo de Ulises. Eso lo demuestra Woody Allen en Blue Jasmine, su regreso “a casa”. O sea, a su mejor cine, y de paso a los Estados Unidos, tras una errática trayectoria europea con más pitos que palmas.

Tras haber visto Gravity (Alfonso Cuarón, 2013) en Granada, en 3D, y haberla archivado en la sección de mi cerebro destinada a “Estuvo bien mientras duró”, sabía lo que se avecinaba. Sí, en efecto, la próxima película la elegiría L. Y ella es fan declarada de Woody Allen. Yo no necesariamente, yo soy fan declarado de las buenas películas, sean de quien sean. Por lo que a mí respecta, Allen había desaparecido en los últimos años de la lista de directores por los que merecía la pena gastarse un capital en ir al cine.

Sí, aún tengo fresca en la memoria aquella tórrida tarde veraniega en que mi amiga F. me preguntó si me apetecía ir a Málaga a ver una película. Y como en los cines hay aire acondicionado dije que sí. En la pantalla encontré Medianoche en París (Woody Allen, 2011) y me aburrí soberanamente. Pero no tanto como F. que, entre sueños, recibía de vez en cuando un codazo de mi parte para tratar de despertarla.

Así que L., tal como estaba previsto, utilizó su turno para que fuéramos a ver Blue Jasmine (Woody Allen, 2013). Nada más entrar en la sala teníamos ante nosotros el mal presagio de que a diez minutos de empezar la película todas las butacas estaban a nuestra disposición. Al final fuimos cinco espectadores.

Pero todo salió bien: Blue Jasmine es una buena película, divertida a pesar de su soterrada amargura (en algunos momentos evoca descaradamente Un tranvía llamado deseo, Elia Kazan, 1951). Hay grandes interpretaciones, con una estupensa Cate Blanchett, un guión ágil e ingenioso, y una historia in crescendo. Tanto es así que L. repetía conforme se acercaba el final: “Estoy cada vez más estresada”. Porque el estrés de L. viendo una película es directamente proporcional a su calidad.

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