jueves, 7 de noviembre de 2013

Un café derramado sobre un libro


Había dormido muy mal aquella noche. El catarro había desatado la gota malaya de la congestión y se levantaba cada media hora para ir al cuarto de baño contiguo a despejarse la nariz. No sabía a qué altura de la madrugada se encontraba ya cuando, de nuevo fuera de la cama, la voz de L. resonó en la oscuridad:

-    Mañana tengo que operar y no me dejas dormir.
-    Mejor me voy abajo  –se tiró el farol.
-    Déjate de tonterías, tómate un Frenadol y ya está. En el cajón de las medicinas…
-    Se supone –interrumpió.

Al amanecer despertó de un breve sueño, agitado por la voz melosa del radiodespertador. La secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, ha considerado hoy que el aumento de la cantidad dedicada a las becas Erasmus decidido por el Gobierno "es una buena noticia", aunque ha lamentado no haberlo conocido con antelación, porque el ministerio se hubiera ahorrado "lo pasado en los últimos días", en alusión a las críticas que recibió su departamento por los cambios en la concesión de estas ayudas. L. rasgaba la penumbra con precisión de cirujana. “¿Ves? Por lo menos has cerrado los ojos un rato”.  En la Conferencia Política del PSOE sí se hablará de las primarias abiertas. “Claro que se va a hablar de primarias, de hecho es uno de los asuntos centrales de la ponencia marco”, ha defendido la vicesecretaria general, Elena Valenciano, saliendo al paso del runrún de los últimos días sobre el intento de la dirección federal de acallar ese debate.

Se levantó silencioso con el velo de sonámbulo ante los ojos y apagó la radio. Filtró la luz con un rápido parpadeo y se encontró junto al gran ventanal de la cafetería situada frente a la Comisaría. Ningún policía iba nunca a desayunar allí. Sacó el móvil del bolsillo de la camisa y lo dejó sobre la mesa. Abrió el libro en la página marcada por una servilleta de papel. Sobre la fotografía de la portada, Invisible. Paul Auster. Cada mañana leía unos cuantos párrafos.

Cincuenta y ocho años no es la ancianidad, desde luego, y tenía mis dudas sobre si en Cécil Juine había algo que pudiera describirse como estúpido. Su sentido del humor permanecía por lo visto intacto, y por mucho éxito que tuviera en su estrecho mundo de investigación académica, debía de entender el peculiar carácter de la vida que había decidido llevar: secuestrada en angostas salas de bibliotecas y estancias subterráneas, enfrascada en textos de autores muertos, una carrera vivida en un ámbito mudo y polvoriento. En una posdata a su carta, revelaba la ironía con que consideraba su trabajo. Había reconocido mi nombre, decía, y si yo era el James Freeman que ella pensaba, quería saber si me gustaría participar en un estudio que su equipo y ella estaban llevando a cabo sobre los métodos de composición que utilizan los escritores contemporáneos. Ordenador o máquina de escribir, lápiz o pluma, cuaderno u hojas sueltas, número de borradores antes del libro definitivo. Sí, lo sé, añadía, un asunto muy aburrido. Pero ése es nuestro trabajo en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas: hacer el mundo lo más tedioso posible.

El camarero se acercó y dejó el vaso de café junto al móvil. Él cerró el libro apresuradamente y apartó el teléfono. Su mano se desplazó lenta y torpemente, el vaso se inclinó y el café se deslizó por el aire como un glaciar repta ladera abajo. Las páginas de Invisible se tiñeron de un intenso tono castaño.


2 comentarios:

  1. Un libro con café gana en personalidad. Y mantiene el aroma por un largo tiempo.

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