Éramos un buen par de provincianos que no encontrábamos la taquilla. Porque no había. Las entradas sólo podían adquirirse en las máquinas automáticas. ¿Quién dijo gastos de personal? Nos habíamos hecho 160 kilómetros del Camino de Santiago en ocho días y nuestro objetivo principal era sentarnos cómodamente durante un buen rato. La única película que cuadraba con nuestro horario era La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014). Habíamos cruzado España para acabar viendo en Galicia una peli policíaca que transcurre en las marismas del Guadalquivir.
La isla mínima es del director de Grupo 7, y eso no es decir poco. Sus protagonistas son Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, ambos sobresalientes, sobre todo este último. Algo tienen estas películas españolas que adoptan sin complejos buena parte de las claves narrativas del cine norteamericano, ritmos e historias que abren nuevos caminos y captan nuevos espectadores.
La película de Alberto Rodríguez está ambientada en 1980 y, a través de imágenes fascinantes, nos traslada a un escenario preñado de misterios y de falsas apariencias. La intriga transcurre entre sobresaltos, no siempre sólidos, pero conforme avanza la cinta los personajes y sus circunstancias personales pasan a ser el verdadero motor de la historia. La España de aquella época es el telón de fondo, tan reconocible y tan distinta.
En la penumbra del cine L. susurró, sin sombra de culpa: “Yo tenía una camisa como ésa”.
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