martes, 9 de diciembre de 2014

Literatura, cine y paisajes desolados


Estuve seis meses esperando que me enviaran la reedición de Mi vida querida (Editorial Lumen), de Alice Munro, la escritora canadiense que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2013. Tenía especial interés en leerlo, porque Munro está especializada en relatos, de los que ha publicado doce colecciones, aunque también tiene dos novelas. Yo no es que esté especializado, es que no doy más de mí que unos cuantos folios en cada historia.

Pero al fin me llegó Mi vida querida y, por los pequeños azares del día a día, mantuve el libro a la espera varias semanas más. Bueno, por el azar y porque L. se me adelantó y empezó a leerlo. Cuando terminó le pregunté qué le parecía y su respuesta no fue demasiado entusiasta.  Entiendo su aparente frialdad. Munro toma distancias con sus historias y sus personajes, y esto es parte de su encanto, pero esta distancia puede acabar por transmitirse al lector.

Confieso que yo también acabé un tanto confuso sobre las sensaciones que me despertaban los relatos de Mi vida querida. Son diez cuentos y cuatro narraciones más supuestamente autobiográficas, que bien pudieran etiquetarse como “basadas en hechos reales” más que como fieles rememoraciones de la infancia de la autora. Acabé confuso, digo, dividido entre el entusiasmo por la irreprochable prosa de Alice Munro y la gélida desolación que supuraban aquellas páginas. Siempre con el protagonismo de las mujeres.  Relatos que no parecen tener un comienzo y un final, fragmentos de vidas presentados al azar.

El domingo por la noche se me volvió a venir a la cabeza Mi vida querida. Ponían en televisión la película Nebraska (Alexander Payne, 2013), con un magistral Bruce Dern. Rodada en un blanco y negro que araña los ojos, a pesar de ello no puedes dejar de mirar la pantalla. Desfila un paisaje desolado tras otro y por ellos transitan unos personajes a tono con esos grandes espacios vacíos. Tuve la misma sensación que con los relatos de Alice Munro.


El baile iba a celebrarse en una de las casas de nuestra calle, decentes en conjunto sin llegar a parecer prósperas. Una casona de madera donde vivía una gente de la que solo sabía que el marido trabajaba en la fundición, aunque por edad bien podría haber sido mi abuelo. En aquellos tiempos la fundición no se dejaba, uno trabajaba hasta que podía, procurando ahorrar dinero para cuando el cuerpo dijera basta. Incluso en medio de lo que luegoaprendí a llamar la Gran Depresión, era una deshonra recurrir a la pensión de la vejez. Era una deshonra que los hijos mayores lo consintieran, por más estrecheces que se pasaran.

Fragmento de "Mi vida querida" (Alice Munro, Editorial Lumen, 2013)




No hay comentarios:

Publicar un comentario