lunes, 28 de enero de 2013

En la orilla del río

El domingo recorrí de nuevo ese tramo del Darro, crucé los viejos puentes y escuché el murmullo del agua, tan anciano como el propio mundo. El musgo cubría las piedras y las luces grises las envolvían con su brillo. La humedad se depositaba en todo cuanto estaba a la vista, reptaba y se introducía bajo la tierra.


Una iglesia varias veces centenaria de sillares redondeados. Una casa  medio derruida. El río devora cualquier obstáculo, lo rodea, lo consume. Y por último, en el confín de los tiempos, lo atrae al fondo del cauce y lo acuna hasta que no queda más que arena.

Bajo el cielo gris el sol era una mancha que se extendía sin orden, un resplandor apenas más intenso que las nubes cambiantes. Junto al río mis pasos nunca alcanzaban el agua.



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