Una iglesia varias veces centenaria de sillares redondeados. Una casa medio derruida. El río devora cualquier obstáculo, lo rodea, lo consume. Y por último, en el confín de los tiempos, lo atrae al fondo del cauce y lo acuna hasta que no queda más que arena.
Bajo el cielo gris el sol era una mancha que se extendía sin orden, un resplandor apenas más intenso que las nubes cambiantes. Junto al río mis pasos nunca alcanzaban el agua.
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