jueves, 27 de diciembre de 2012

De las cincuenta sombras de Grey a la reina Isabel la Católica

Los Reyes Magos me traerán como regalo la vuelta a la normalidad

Cincuenta sombras de Grey es una tortura literaria

 


Las fiestas navideñas son para mí una suerte de tortura de baja intensidad, pero continuada. Aunque con los años he conseguido deshacerme de la esclavitud de los adornos de temporada (bolas, espumillón, árbol) y de los religiosos (el belén), ahí siguen dándome la lata la Nochebuena y la Nochevieja. Que tenga que desplazarme a la capital desde Villavieja para estar con la familia también cuenta: ¿es que cada celebración tiene que ser de noche? Atravesar el Puerto de las Sombras entre la oscuridad, la niebla, la lluvia o el pedrisco no es plato de gusto. Y ya de paso sufro un tremendo despiste con los días festivos, no sé qué días trabajo ni qué días descanso. Debería escribir un Elogio de la rutina.

Viene todo esto a cuento porque hace ya varias fechas que no escribo nada en el blog, distraído por la compras navideñas, que en este año 2012 son mínimas. Un par de regalos para los niños y poco más. Sin paga extra no hay gastos extraordinarios. Y distraído por el trajín de los viajes a la capital, de la semana en que tengo a los críos y de la semana que los tiene la madre. Y distraído por las muchas tareas domésticas pendientes. Y distraído por la lejanía de la llegada de los Reyes Magos, que me traen como regalo la vuelta a la normalidad.

Mi estado de desorientación me recuerda el primer estadio del sueño de L. Por las noches nos leemos mútuamente Cincuenta sombras de Grey. Al principio nos reíamos mucho pero a estas alturas ha pasado a ser un tormento chino. Literariamente es la nada; puede que como guión cinematográficamente dé el pego. Los personajes son de papel de fumar, no ya de cartón piedra. Y nuestra líbido nunca ha decaído tanto como con los párrafos de semejante tontería. Como dice L., "no es que sea de ciencia ficción, sino directamente de La Guerra de las Galaxias".

Así que nos estamos pasando poco a poco a una biografía de Isabel la Católica, que la serie de televisión nos ha picado la curiosidad. No por buena, que a mí me aburre soberanamente: farragosa, sin ritmo y con algunas interpretaciones como para salir corriendo. Por Dios, ¿por qué grita continuamente ese tal Pacheco? Es el malvado menos interesante de la historia de la tele. Bueno, que la serie es floja, pero históricamente fidedigna.

Por las noches nos vamos entonces de las 50 sombras de Grey a Isabel la Católica. Cuando leo yo en voz alta llega un momento en que L. respira profundamente. O sea, que se ha quedado dormida. En esa circunstancia cierro el libro y apago la luz. Yo también tengo sueño. A los diez minutos me despierta la voz de L., que en la oscuridad arrastra una pregunta: "¿Se ha muerto ya el príncipe Juan?" "Síiiii...", contesto. "¿Y de qué?", insiste L. "De unas fiebres". Y con esto vuelve a respirar con hondura. A la mañana siguiente no recordará nada de lo leído o preguntado.

L. es selectiva con la literatura incluso semiinconsciente. Nunca me ha preguntado en la oscuridad: "¿Grey ha azotado ya en el clítoris a Anastasia Steele?"


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