jueves, 3 de octubre de 2013

Una adolescente en un bar de carretera

Imagen de "La jungla de asfalto"
Una voluptuosa adolecente baila contoneándose en un bar de carretera, ante la atenta mirada de un anciano. El taxista apremia al hombre para que emprendan el largo viaje, pero el viejo insiste en esperar a que acabe la música. Al salir del bar la policía lo apresa. Él pregunta a uno de los agentes cuánto tiempo han estado esperándolo allí fuera: apenas dos o tres minutos; lo han visto por una de las ventanas. El anciano se dice a sí mismo: “El tiempo que dura una canción”.

Estas son algunas de las secuencias finales de La jungla de asfalto (John Huston, 1950), obra maestra del cine universal, en la que tuvo uno de sus primeros papeles Marilyn Monroe, junto a monstruos de la actuación como Sterling Hayden, Louis Calhern, Sam Jaffe, Jean Hagen, James Whitmore o John McIntire.

Estuve varias semanas buscando la película por los recovecos de Internet, y al fin encontré una copia bastante decente. Como a mí, a L. le gustan las películas clásicas que se visten de gris, de luces y sombras resistentes al color, cuando no existían las pantallas panorámicas en los cines pero las historias eran gigantescas comparadas con las actuales.

Era la noche de un día laborable, después de cenar, y ante las primeras imágenes de La jungla de asfalto L. reparó en lo evidente, “vaya película más negra”, y yo añadí lo obvio, “es cine negro”. Cinco minutos después la respiración de L. era sostenida y profunda. La dejé con sus sueños y me centré en la obra, en la planificación del atraco, en la perfecta definición de los personajes, en la precisión del guión… Todas estas cosas que se explican al escribir, pero que en realidad quieren decir que la película te atrapa, que te metes dentro de un mundo lejano y ajeno, que te emocionas y disfrutas o sufres a 24 fotogramas por segundo.

Y allí estaba un anciano, frío e implacable, perfeccionista, amable hasta el aburrimiento, al que nunca se le escapaba un detalle. Un anciano incapaz de levantarse del taburete porque tiene ante sí a una adolescente que baila.


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