Relato finalista del Certamen de Declaraciones de Amor "Dime que me quieres" 2013 (Ayuntamiento de Málaga)
Este relato está basado en personas y acontecimientos reales. Se han respetado los fragmentos textuales de la historia localizados a través de Internet, cambiando fechas, lugares y nombres para proteger la identidad de sus protagonistas
No soy un necrófilo. Tampoco me fascina la muerte, al
contrario. Tengo por norma no acudir nunca al cementerio, ni siquiera para
visitar a las que un día fueron personas a las que quise. Para mí la vida sigue
y los recuerdos permanecen por sí mismos. ¿Qué motivo puede impulsar a nadie a
sustituir la imagen de una sonrisa, una mirada de amor, el sonido de una voz,
por la gélida presencia de una lápida encastrada sobre un nicho? Prefiero
cerrar los ojos y dejarme invadir por las sensaciones de los que ya no están. A
veces me sorprendo en una callada conversación con alguno de ellos. En
ocasiones un jirón de luz se derrama entre las nubes en un día otoñal, alguien
cruza la calle apresurado, unas manos sostienen “Rayuela” en la terraza de un
café. Y entonces un rostro se encarama a mi memoria, una expresión peculiar,
una manera de tocarme. Así ha sido desde que, en vez de añadir años a mi existencia,
empecé a descontarlos y de pronto hallé huecos entre quienes me acompañan en
este viaje. Nunca me imaginé persiguiendo a la muerte para que me explicara una
vida.
Soy un poco periodista, en algunos momentos me disfrazo de
escritor y el traje de archivero me cubre treinta y siete horas y media a la
semana. Redacto artículos para la prensa provinciana, compongo historias que ni
siquiera llegarán a olvidarse y otorgo unos gramos de coherencia al pandemónium
de documentos que todos los días trepan a mi mesa. En un rincón oscuro el polvo
de legajo alimenta el brillo de la pantalla de mi ordenador. A menudo esa
pantalla me atrae al mundo que se extiende más allá del desierto de papel que
me rodea. “Internauta” es una palabra que evoca las aventuras de héroes
mitológicos, el entusiasta empuje de los tripulantes del Argos que emprendieron
la búsqueda del Vellocino de Oro, la oscura atracción de un mar sumido en las
tinieblas al que finalmente se vence.
Y así yo me introducía a diario en la Red, dispuesto a descubrir
los tesoros que me proveyeran de historias para una inacabada novela, informaciones
que nutrieran mis artículos y ocasionalmente el rastro de un raro pergamino que
me concediera el transitorio favor de mis superiores. Navegaba sobre el inmenso mar de billones de
datos caprichosos, a veces arrastrado a las playas de las más espectaculares
mentiras y en constante peligro de naufragio.
Debo confesar que no recuerdo cómo llegó hasta mí esa esquela
publicada en un periódico madrileño. No sé qué páginas web visité ese día, en
cuál de ellas tropecé con las palabras mágicas ni qué buscaba realmente. Pero
estaba allí, en mi pantalla, y parpadeaba a 85 hercios de frecuencia. Leí la
esquela varias veces:
XII Aniversario
Larisa:
Tus hijos Iván y Sasha ya no son
esos niños que, escribía Julio Cortázar, conocían las palabras pero no sabían qué
hacer con ellas. En su mayoría de edad quieren regalarte una palabra que ya
saben utilizar en la acepción del profesor Viqueira, un caballero formado en la
Institución Libre de Enseñanza. “Conciencia: dícese de la actividad mental para
estimar el bien”.
JF Márquez
Miré la fecha de publicación: 14 de
julio de 2006. Era el décimo segundo aniversario. Larisa (¿Larisa qué más?)
había muerto, pues, en 1994. Tenía una persona, JF Márquez, que la recordaba
enterrando las fórmulas desgastadas y le ofrecía noticias de sus hijos. ¿Por
qué esos nombres rusos? ¿Por qué doce años después?
Esas preguntas y otras muchas me
rondaban la cabeza cuando colgué la bata blanca del perchero situado junto a mi
mesa. Aquella tarde salí del trabajo imaginando una historia que mudaba a cada
paso, mientras me encaminaba al supermercado y cogía la cesta en la que
deposité la compra acostumbrada: una bandeja de filetes de pechuga de pollo (corte
fino), una botella de vino barato, una bolsa de pan de larga duración (bañado
en alquimia), jamón cocido, una lata de alubias, un kilo de tomates para
ensalada, una bandeja de chorizo casero, una ración de albóndigas en salsa de
almendras. En la cola de la caja pensé en esos jóvenes mayores de edad, que
perdieron a su madre cuando eran niños, y que permanecían unidos a ella a
través de aquellas palabras.
Recorrí la Alameda Principal bajo
la mirada centenaria de los ficus, me introduje en las oscuras calles del
centro que se estrechaban como los capilares de un cuerpo condenado a
sobrevivir. Entré en un desvencijado edificio de grandes puertas, trepé las
escaleras y me detuve en el segundo piso. Llegué a mi casa con la bolsa de
plástico en la mano izquierda mientras en la derecha blandía la llave. En la
cocina piqué los tomates, arrojé sobre ellos una llovizna de sal y dejé que el
aceite se esparciera suavemente. Me acomodé en el sofá y encendí la tele.
Busqué el telediario y encontré médicos cogidos de la mano, rodeando
hospitales, discapacitados en las calles enarbolando pancartas, trajeados señores
estrechándose las manos en lujosos salones. Me pregunté qué tenía que ver
aquella realidad atrapada en la pantalla con mi vida, con la vida de quienes
volvían a sus hogares con las pancartas plegadas, con la vida de quienes morían
y no eran olvidados. Imaginé a una Larisa sin rostro, a una figura de imprecisa
estatura y edad indefinida, tan sólo una sombra para mí, y que sin embargo fue
y era amada.
Los días pasaban y la luz invadía
lentamente las horas de la tarde, y las mañanas se apresuraban a llegar allí
donde poco antes se refugiaban las noches. Llegó el calor, las ventanas
abiertas y el agua fría en la nevera, las calles desiertas rendidas al sol, el
sueño viscoso y los párpados hinchados. Los papeles crujían en mis manos. Me
levanté del rincón buscando una bocanada de aire, me paré junto al mostrador de
la prensa escrita del día y ojeé los periódicos de Madrid. Leí indiferente los
grandes titulares con la enésima subida de impuestos y la nueva rebaja de
sueldos, las manifestaciones, los apaleamientos policiales, más guerras lejanas
y el fútbol que a todos nos ampara. Casi no me di cuenta pero mi vista tropezó
con aquel pequeño recuadro:
XVIII Aniversario
Larisa:
Cuando sugerí a tus hijos, Iván
y Sasha, la lectura de las 1.104 páginas de “Vida y destino” (Vasili Grossman),
me replicaron que estaban más interesados en “Tomarse a pechos el camino del
paraíso”. Entendí que era un librito de haikús y los cubrí de besos. Me
tranquilicé al saber que era un concurso de televisión de hechuras anatómicas y
que no desperdiciaban su vida con la poesía tradicional japonesa.
JF Márquez
Era 14 de
julio. Aquella nueva esquela me hizo comprender lo que desde el principio
debería haber sido evidente para mí: cada año, en la misma fecha, aparecía en
el periódico un nuevo mensaje para Larisa. Volví de inmediato ante la pantalla,
dispuesto a localizar todos y cada uno de los textos, a revivir las noticias
sobre Iván y Sasha, a seguir el hilo que me llevara hasta JF Márquez, y de él a
la mujer cuya presencia se había manifestado de nuevo. Pulsé en el teclado:
“Larisa”. Aparecieron 25.300.000 resultados en 0,21 segundos. Repasé
rápidamente las primeras entradas: Pequeño satélite natural del planeta
Neptuno… Heroína argiva, hija de Píaso… Centro de Nutrición… Nombre femenino de
origen griego que significa “Alegre”… Deportes acuáticos… Tenía que afinar
mucho más la búsqueda. Tecleé “Larisa esquela” y los resultados se redujeron a
46.000 en 0,44 segundos.
Hice un nuevo
intento, uní el nombre de Larisa a JF Márquez y en 0,16 segundos el ordenador
listó 511 resultados. Miré las primeras entradas: Más sobre las esquelas de
Larisa Irinova… VIII Aniversario de Larisa… Todas las esquelas de Larisa
Irinova en su XV Aniversario… Contuve la respiración. Allí estaba ella,
dieciocho años después de su muerte, presente en los mensajes que su amante
dejaba para ella, en sus hijos que crecían, en las páginas de un periódico que
nunca había publicado noticias más trascendentes que aquellas.
En la Red
hallé foros dedicados a Larisa, menciones repetidas, las esquelas reproducidas
en blogs y páginas web, internautas que pedían consejo sobre cómo ponerse en
contacto con JF Márquez. ¿Quién era este hombre, cuyo amor continuaba casi dos
décadas después, acompañando a sus hijos hasta la memoria insepulta de la
madre, de la esposa? Encontré una respuesta el 14 de julio de 1994, una de las
muchas posibles. Ese día murió Larisa Irinova y él publicó su esquela en el
periódico:
Iván y Sasha, 6 años.
Larisa:
Para que no crean que voy a
morirme
me pasa todo lo contrario,
sucede que voy a vivirme,
sucede que soy y que sigo,
se trata de que tanto he vivido
que quiero vivir otro tanto.
JF Márquez
Después
llegaron las escuetas narraciones en las que se entreveía crecer a los niños,
en las que el tiempo avanzaba atrapado en unas pocas líneas y en las que los
protagonistas permanecían inalterables, por más que se multiplicaran en miles
de personajes distintos al mismo ritmo que aumentaban los miles de internautas
que recolectaban, impacientes, las esquelas.
…Iván y Sasha (8 años) leen la sabiduría
futbolística de Valdano en la extrema calidad de Raúl. Les ayudo en eso y te
recuerdo en ellos…
…Tus hijos salen con Don Quijote por el
antiguo campo de Montiel y emprenden viajes a la Isla del Tesoro con John
Silver…
…acabarán dándose el gustazo con John
Coltrane, Compay Segundo y Nikolai Rimsky-Korsakov, pesa a las zancadillas que
me pone un tal Nintendo…
…Iván y Sasha, al igual que cosmonautas,
navegan los piélagos de Internet, cuyas ciénagas procuro sustituir por los puertos
de Ítaca y por los del Amazonas, capital de las sílabas del agua…
…La semana que, obligatoriamente, los
niños hacen las tareas domésticas la mesa familiar se atiborra de arroz a la
gusana, espaguetis erguidos o apelmazados, carne a la suela, pescado muerto y
ensaladas saladas. Ya aprenderán…
…El viaje que no hicimos a Alejandría te
incapacita para verter al sánscrito primero y a tu idioma después el bastardo
esperanto que tus mileuristas hijos (20 años) se gastan por el móvil. tqremos
bsts…
Lástima que la ciencia aún no haya encontrado una respuesta para explicar
la brusca contracción del Universo en unos pocos cientos de palabras,
diseminadas en dieciocho traslaciones de un miserable planeta alrededor de una
diminuta estrella. Ni para explicar el proceso en las conexiones neuronales de
unos pocos de sus atribulados habitantes, que convertían esas palabras en
destellos de luz de distinta longitud de onda, derivándolos en impulsos
eléctricos que rasgaban el córtex cerebral. Energía que finalmente estallaba en
una orden terminante, que se transmitía a los billones de células de la piel
para provocar un repentino escalofrío.
Cantan los bardos que los argonautas navegaron por el Mar Negro, llegaron
al país de la Cólquide y allí se apoderaron del Vellocino de Oro, tras muchas
heroicidades. Es una hermosa historia sobre el tesón, el amor, la crueldad y la
muerte. Yo había navegado en busca de otra historia, una historia
indeterminada, esquiva, una historia que tal vez ni siquiera existía. Había
atravesado un mar sostenido en la mente de cientos de millones de internautas,
cuyas olas rompen mansamente ante infinitud de pantallas. Al fin había
encontrado una hermosa historia, una historia de amor y de muerte, de eternidad
y de ausencia. Una historia que no me pertenecía, que tenía vida propia y se me
escurría entre los dedos. ¿Qué tipo de creación puede surgir de la verdad ya
nacida para ser narrada, para ser una y mil veces repetida por voces siempre
distintas? ¿Qué tipo de emoción se puede transmitir desde la ficción, si esa
misma emoción nos paraliza cuando la realidad la arroja de repente ante
nosotros?
Llegaron el viento y la lluvia, los días grises y las luces agonizantes. El
ordenador parpadeaba impasible ante mis ojos fatigados y yo evitaba pensar en
los meses que faltaban para que se publicara la próxima esquela, y en las
muchas incógnitas que no quería desvelar. Esos huecos podía rellenarlos
fácilmente, apretar los codos y aplicar un barniz de mala literatura a una
novela que acabaría siendo el relato de mi propia obsesión. No quería escribir
sobre Larisa Irinova y JF Márquez, no quería inventar a Iván y Sasha. Quería
experimentar sus vidas, intercambiarme en sus cuerpos, introducirme en su
memoria, amar la esperanza.
Una noche fría de diciembre subí las escaleras de mi casa con la bolsa del
supermercado en la mano izquierda y las llaves preparadas en la mano derecha.
Dejé la compra en la cocina, bebí un poco de agua y me preparé la cena. Tomate
picado con aceite y sal. Puse el telediario y tras Bankia, el déficit público,
los robos principescos y el fraude privado, miré de soslayo la foto familiar
que se mantenía en el lugar de honor del aparador. Me levanté para devolver la
bandeja a su sitio y al regresar cogí la foto y la guardé en el primer cajón.
El hombre del tiempo me contó que a la mañana siguiente debía tiritar un poco
más y a continuación empezó la película, una tibia trama con psicópata al que
hasta yo mismo hubiera podido seguirle la pista. Cuando el sueño me amenazaba
cogí el portátil, que descansaba sobre la mesa, y lo puse sobre mis rodillas.
En cuestión de segundos me daría calor.
Abrí el buscador y me detuve unos segundos. No quería fútbol ni periódicos
ni literatura. No quería porno ni videos ocurrentes ni un powerpoint
maravilloso. Pulsé una tecla y la siguiente y la siguiente, y cuando
aparecieron todas las letras leí “Larisa Irinova”. Entonces mi dedo presionó
“Intro” y la pantalla se transformó en 0,33 segundos. Miré los diez primeros
resultados y elegí un extraño PDF de cuatro páginas, un folleto religioso cuya
cabecera rezaba “Boletín de la Asociación Pía Unión San Judas. Año II. Número
4. Diciembre de 2003”.
Una maquetación de otro mundo mostraba información sobre la cercana
celebración de la Navidad, las cartas enviadas por los feligreses, una poesía
infantil dedicada al Niño Jesús y un cupón para donaciones que incluía un hueco
para anotar la cuenta bancaria. En la última página un recuadro contenía un
titular destacado, “Pía Unión Sufragios”, y la primera frase decía: “Durante
estos meses tendremos presentes en nuestras oraciones, en particular, a estos
hermanos difuntos”. A continuación se reproducían una treintena de nombres, en
mayúsculas, sin orden de concierto, con un pequeño signo “más” a modo de cruz
junto a cada uno de ellos. Repasé la lista y casi al final estaba Larisa, tal
como esperaba.
Volví inmediatamente a la cabecera y me fijé en la dirección que constaba
en el boletín, la localicé en el callejero digital y la pude situar en el
madrileño barrio de San Blas, a una estación de metro de Simancas o Las Musas,
una zona poblada por 160.000 almas de clase media. Aquellas calles eran las del
pueblo de Canillejas hasta 1949, año en que Madrid lo engulló oficialmente, y
pasaron por tantas fases como el propio transcurrir de España, hasta que se
convirtió en un asequible distrito residencial.
Pasé al siguiente listado de resultados y mis ojos se clavaron en una
entrada al periódico madrileño en el que se publicaban las esquelas, pero esta
vez había un documento distinto, un texto, puede que una noticia. Moví el ratón
y resonó el “clic” en mi cabeza. Se abrió una doble página con varias
fotografías bajo el titular “Un tributo a las personas vinculadas al diario que
han fallecido a lo largo de sus 25 años de existencia”. Larisa no estaba entre
los principales, no merecía una imagen o una breve biografía. Pero de nuevo su
nombre estaba allí, en la pantalla, junto a otros muchos, en un recuadro
sombreado encabezado por las palabras “Compañeros que se han ido”.
Apresurado, me fui a la web del periódico. Si trabajaba allí, si era
periodista, debía de haber decenas de informaciones firmadas por ella. Accedí a
la hemeroteca y puse su nombre. Pero sólo apareció una entrada que tardó en
abrirse tanto como yo en comprender lo que tenía ante mí.
Perfil: Necrológicas
Larisa Irinova, sindicalista y trabajadora del diario
16/07/1994
Larisa Irinova, de 40 años, falleció el pasado día 14
de julio, a consecuencia de un cáncer de pulmón, en el Hospital Gregorio
Marañón de Madrid. Irinova, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología,
formó parte del equipo fundacional del diario. Desde 1990 era jefa del
negociado de Publicidad, responsabilidad que desempeñó hasta el día de su
fallecimiento.
Larisa
era hija de uno de los “niños de la guerra”, refugiados en la Unión Soviética
durante la contienda civil, y regresó a España en plena Transición, siendo
todavía muy joven. Para ella era un país nuevo y extraño, una aventura
arriesgada en la que aprender a amar y vivir. Seguí leyendo.
Tan sólo disfrutó de una excedencia a principio de la
década de los ochenta, que dedicó a dar clases de filosofía, materia que la
apasionaba. Mujer inteligente y de una extravagancia sutil, gran amante de los
grandes viajes, de humor cáustico y poco espectacular, Irinova era madre de dos
hijos gemelos, Iván y Sasha, nombres que recibieron porque ella y su marido, el
escritor y portavoz del Partido Comunista en el Ayuntamiento de esta ciudad, Juan
Francisco Márquez, decidieron concebirlos en Moscú.
Por
fin empezaban a percibirse los rasgos de JF Márquez, de los hijos, de las
respuestas a algunos de los por qué planteados en los últimos meses. Razones
para muchos de los interrogantes que había ansiado desvelar.
En la actualidad era miembro del Comité de Empresa del
diario, al que ya había pertenecido en otras ocasiones y para el que en las
últimas elecciones encabezó la candidatura de Comisiones Obreras, sindicato en
el que ni su marido recuerda cuándo ingresó, ya que cuando la conoció en Damasco
(Siria), hace una década, ya llevaba años en esta organización.
Una vida, cuarenta años, un
trabajo, un amante, dos hijos y una muerte ocuparon menos de quince líneas en
la sección necrológica de un periódico. Pero los recuerdos, el amor, los
abrazos que no pudieron ser y que sin embargo allí estaban, se extendían día
tras día y llegaban a un lugar donde permanecían para siempre. Mi historia era
una historia ajena, construida sobre una ausencia. Recordé la fotografía
familiar que minutos antes oculté en el cajón. Necesitaba conocer al arquitecto
de la historia de Larisa. Introduje mi correo electrónico y mi contraseña. Se
abrió la página de inicio de mi red social. Puse el cursor sobre “Buscar
personas, lugares y cosas” y tecleé: “Juan Francisco Márquez”.
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