viernes, 12 de julio de 2013

La esquela

Relato finalista del Certamen de Declaraciones de Amor "Dime que me quieres" 2013 (Ayuntamiento de Málaga)


Este relato está basado en personas y acontecimientos reales. Se han respetado los fragmentos textuales de la historia localizados a través de Internet, cambiando fechas, lugares y nombres para proteger la identidad de sus protagonistas



No soy un necrófilo. Tampoco me fascina la muerte, al contrario. Tengo por norma no acudir nunca al cementerio, ni siquiera para visitar a las que un día fueron personas a las que quise. Para mí la vida sigue y los recuerdos permanecen por sí mismos. ¿Qué motivo puede impulsar a nadie a sustituir la imagen de una sonrisa, una mirada de amor, el sonido de una voz, por la gélida presencia de una lápida encastrada sobre un nicho? Prefiero cerrar los ojos y dejarme invadir por las sensaciones de los que ya no están. A veces me sorprendo en una callada conversación con alguno de ellos. En ocasiones un jirón de luz se derrama entre las nubes en un día otoñal, alguien cruza la calle apresurado, unas manos sostienen “Rayuela” en la terraza de un café. Y entonces un rostro se encarama a mi memoria, una expresión peculiar, una manera de tocarme. Así ha sido desde que, en vez de añadir años a mi existencia, empecé a descontarlos y de pronto hallé huecos entre quienes me acompañan en este viaje. Nunca me imaginé persiguiendo a la muerte para que me explicara una vida.


Soy un poco periodista, en algunos momentos me disfrazo de escritor y el traje de archivero me cubre treinta y siete horas y media a la semana. Redacto artículos para la prensa provinciana, compongo historias que ni siquiera llegarán a olvidarse y otorgo unos gramos de coherencia al pandemónium de documentos que todos los días trepan a mi mesa. En un rincón oscuro el polvo de legajo alimenta el brillo de la pantalla de mi ordenador. A menudo esa pantalla me atrae al mundo que se extiende más allá del desierto de papel que me rodea. “Internauta” es una palabra que evoca las aventuras de héroes mitológicos, el entusiasta empuje de los tripulantes del Argos que emprendieron la búsqueda del Vellocino de Oro, la oscura atracción de un mar sumido en las tinieblas al que finalmente se vence.

Y así yo me introducía a diario en la Red, dispuesto a descubrir los tesoros que me proveyeran de historias para una inacabada novela, informaciones que nutrieran mis artículos y ocasionalmente el rastro de un raro pergamino que me concediera el transitorio favor de mis superiores.  Navegaba sobre el inmenso mar de billones de datos caprichosos, a veces arrastrado a las playas de las más espectaculares mentiras y en constante peligro de naufragio.

Debo confesar que no recuerdo cómo llegó hasta mí esa esquela publicada en un periódico madrileño. No sé qué páginas web visité ese día, en cuál de ellas tropecé con las palabras mágicas ni qué buscaba realmente. Pero estaba allí, en mi pantalla, y parpadeaba a 85 hercios de frecuencia. Leí la esquela varias veces:

XII Aniversario
Larisa:
Tus hijos Iván y Sasha ya no son esos niños que, escribía Julio Cortázar, conocían las palabras pero no sabían qué hacer con ellas. En su mayoría de edad quieren regalarte una palabra que ya saben utilizar en la acepción del profesor Viqueira, un caballero formado en la Institución Libre de Enseñanza. “Conciencia: dícese de la actividad mental para estimar el bien”.
JF Márquez

Miré la fecha de publicación: 14 de julio de 2006. Era el décimo segundo aniversario. Larisa (¿Larisa qué más?) había muerto, pues, en 1994. Tenía una persona, JF Márquez, que la recordaba enterrando las fórmulas desgastadas y le ofrecía noticias de sus hijos. ¿Por qué esos nombres rusos? ¿Por qué doce años después?

Esas preguntas y otras muchas me rondaban la cabeza cuando colgué la bata blanca del perchero situado junto a mi mesa. Aquella tarde salí del trabajo imaginando una historia que mudaba a cada paso, mientras me encaminaba al supermercado y cogía la cesta en la que deposité la compra acostumbrada: una bandeja de filetes de pechuga de pollo (corte fino), una botella de vino barato, una bolsa de pan de larga duración (bañado en alquimia), jamón cocido, una lata de alubias, un kilo de tomates para ensalada, una bandeja de chorizo casero, una ración de albóndigas en salsa de almendras. En la cola de la caja pensé en esos jóvenes mayores de edad, que perdieron a su madre cuando eran niños, y que permanecían unidos a ella a través de aquellas palabras. 

Recorrí la Alameda Principal bajo la mirada centenaria de los ficus, me introduje en las oscuras calles del centro que se estrechaban como los capilares de un cuerpo condenado a sobrevivir. Entré en un desvencijado edificio de grandes puertas, trepé las escaleras y me detuve en el segundo piso. Llegué a mi casa con la bolsa de plástico en la mano izquierda mientras en la derecha blandía la llave. En la cocina piqué los tomates, arrojé sobre ellos una llovizna de sal y dejé que el aceite se esparciera suavemente. Me acomodé en el sofá y encendí la tele. Busqué el telediario y encontré médicos cogidos de la mano, rodeando hospitales, discapacitados en las calles enarbolando pancartas, trajeados señores estrechándose las manos en lujosos salones. Me pregunté qué tenía que ver aquella realidad atrapada en la pantalla con mi vida, con la vida de quienes volvían a sus hogares con las pancartas plegadas, con la vida de quienes morían y no eran olvidados. Imaginé a una Larisa sin rostro, a una figura de imprecisa estatura y edad indefinida, tan sólo una sombra para mí, y que sin embargo fue y era amada.

Los días pasaban y la luz invadía lentamente las horas de la tarde, y las mañanas se apresuraban a llegar allí donde poco antes se refugiaban las noches. Llegó el calor, las ventanas abiertas y el agua fría en la nevera, las calles desiertas rendidas al sol, el sueño viscoso y los párpados hinchados. Los papeles crujían en mis manos. Me levanté del rincón buscando una bocanada de aire, me paré junto al mostrador de la prensa escrita del día y ojeé los periódicos de Madrid. Leí indiferente los grandes titulares con la enésima subida de impuestos y la nueva rebaja de sueldos, las manifestaciones, los apaleamientos policiales, más guerras lejanas y el fútbol que a todos nos ampara. Casi no me di cuenta pero mi vista tropezó con aquel pequeño recuadro:

XVIII Aniversario
 Larisa: 
Cuando sugerí a tus hijos, Iván y Sasha, la lectura de las 1.104 páginas de “Vida y destino” (Vasili Grossman), me replicaron que estaban más interesados en “Tomarse a pechos el camino del paraíso”. Entendí que era un librito de haikús y los cubrí de besos. Me tranquilicé al saber que era un concurso de televisión de hechuras anatómicas y que no desperdiciaban su vida con la poesía tradicional japonesa. 
JF Márquez

Era 14 de julio. Aquella nueva esquela me hizo comprender lo que desde el principio debería haber sido evidente para mí: cada año, en la misma fecha, aparecía en el periódico un nuevo mensaje para Larisa. Volví de inmediato ante la pantalla, dispuesto a localizar todos y cada uno de los textos, a revivir las noticias sobre Iván y Sasha, a seguir el hilo que me llevara hasta JF Márquez, y de él a la mujer cuya presencia se había manifestado de nuevo. Pulsé en el teclado: “Larisa”. Aparecieron 25.300.000 resultados en 0,21 segundos. Repasé rápidamente las primeras entradas: Pequeño satélite natural del planeta Neptuno… Heroína argiva, hija de Píaso… Centro de Nutrición… Nombre femenino de origen griego que significa “Alegre”… Deportes acuáticos… Tenía que afinar mucho más la búsqueda. Tecleé “Larisa esquela” y los resultados se redujeron a 46.000 en 0,44 segundos.

Hice un nuevo intento, uní el nombre de Larisa a JF Márquez y en 0,16 segundos el ordenador listó 511 resultados. Miré las primeras entradas: Más sobre las esquelas de Larisa Irinova… VIII Aniversario de Larisa… Todas las esquelas de Larisa Irinova en su XV Aniversario… Contuve la respiración. Allí estaba ella, dieciocho años después de su muerte, presente en los mensajes que su amante dejaba para ella, en sus hijos que crecían, en las páginas de un periódico que nunca había publicado noticias más trascendentes que aquellas. 

En la Red hallé foros dedicados a Larisa, menciones repetidas, las esquelas reproducidas en blogs y páginas web, internautas que pedían consejo sobre cómo ponerse en contacto con JF Márquez. ¿Quién era este hombre, cuyo amor continuaba casi dos décadas después, acompañando a sus hijos hasta la memoria insepulta de la madre, de la esposa? Encontré una respuesta el 14 de julio de 1994, una de las muchas posibles. Ese día murió Larisa Irinova y él publicó su esquela en el periódico:

Iván y Sasha, 6 años.
Larisa:
Para que no crean que voy a morirme
me pasa todo lo contrario,
sucede que voy a vivirme,
sucede que soy y que sigo,
se trata de que tanto he vivido
que quiero vivir otro tanto.
JF Márquez

Después llegaron las escuetas narraciones en las que se entreveía crecer a los niños, en las que el tiempo avanzaba atrapado en unas pocas líneas y en las que los protagonistas permanecían inalterables, por más que se multiplicaran en miles de personajes distintos al mismo ritmo que aumentaban los miles de internautas que recolectaban, impacientes, las esquelas.

…Iván y Sasha (8 años) leen la sabiduría futbolística de Valdano en la extrema calidad de Raúl. Les ayudo en eso y te recuerdo en ellos…
…Tus hijos salen con Don Quijote por el antiguo campo de Montiel y emprenden viajes a la Isla del Tesoro con John Silver…
…acabarán dándose el gustazo con John Coltrane, Compay Segundo y Nikolai Rimsky-Korsakov, pesa a las zancadillas que me pone un tal Nintendo…
…Iván y Sasha, al igual que cosmonautas, navegan los piélagos de Internet, cuyas ciénagas procuro sustituir por los puertos de Ítaca y por los del Amazonas, capital de las sílabas del agua…
…La semana que, obligatoriamente, los niños hacen las tareas domésticas la mesa familiar se atiborra de arroz a la gusana, espaguetis erguidos o apelmazados, carne a la suela, pescado muerto y ensaladas saladas. Ya aprenderán…
…El viaje que no hicimos a Alejandría te incapacita para verter al sánscrito primero y a tu idioma después el bastardo esperanto que tus mileuristas hijos (20 años) se gastan por el móvil. tqremos bsts…

Lástima que la ciencia aún no haya encontrado una respuesta para explicar la brusca contracción del Universo en unos pocos cientos de palabras, diseminadas en dieciocho traslaciones de un miserable planeta alrededor de una diminuta estrella. Ni para explicar el proceso en las conexiones neuronales de unos pocos de sus atribulados habitantes, que convertían esas palabras en destellos de luz de distinta longitud de onda, derivándolos en impulsos eléctricos que rasgaban el córtex cerebral. Energía que finalmente estallaba en una orden terminante, que se transmitía a los billones de células de la piel para provocar un repentino escalofrío.

Cantan los bardos que los argonautas navegaron por el Mar Negro, llegaron al país de la Cólquide y allí se apoderaron del Vellocino de Oro, tras muchas heroicidades. Es una hermosa historia sobre el tesón, el amor, la crueldad y la muerte. Yo había navegado en busca de otra historia, una historia indeterminada, esquiva, una historia que tal vez ni siquiera existía. Había atravesado un mar sostenido en la mente de cientos de millones de internautas, cuyas olas rompen mansamente ante infinitud de pantallas. Al fin había encontrado una hermosa historia, una historia de amor y de muerte, de eternidad y de ausencia. Una historia que no me pertenecía, que tenía vida propia y se me escurría entre los dedos. ¿Qué tipo de creación puede surgir de la verdad ya nacida para ser narrada, para ser una y mil veces repetida por voces siempre distintas? ¿Qué tipo de emoción se puede transmitir desde la ficción, si esa misma emoción nos paraliza cuando la realidad la arroja de repente ante nosotros?

Llegaron el viento y la lluvia, los días grises y las luces agonizantes. El ordenador parpadeaba impasible ante mis ojos fatigados y yo evitaba pensar en los meses que faltaban para que se publicara la próxima esquela, y en las muchas incógnitas que no quería desvelar. Esos huecos podía rellenarlos fácilmente, apretar los codos y aplicar un barniz de mala literatura a una novela que acabaría siendo el relato de mi propia obsesión. No quería escribir sobre Larisa Irinova y JF Márquez, no quería inventar a Iván y Sasha. Quería experimentar sus vidas, intercambiarme en sus cuerpos, introducirme en su memoria, amar la esperanza.

Una noche fría de diciembre subí las escaleras de mi casa con la bolsa del supermercado en la mano izquierda y las llaves preparadas en la mano derecha. Dejé la compra en la cocina, bebí un poco de agua y me preparé la cena. Tomate picado con aceite y sal. Puse el telediario y tras Bankia, el déficit público, los robos principescos y el fraude privado, miré de soslayo la foto familiar que se mantenía en el lugar de honor del aparador. Me levanté para devolver la bandeja a su sitio y al regresar cogí la foto y la guardé en el primer cajón. El hombre del tiempo me contó que a la mañana siguiente debía tiritar un poco más y a continuación empezó la película, una tibia trama con psicópata al que hasta yo mismo hubiera podido seguirle la pista. Cuando el sueño me amenazaba cogí el portátil, que descansaba sobre la mesa, y lo puse sobre mis rodillas. En cuestión de segundos me daría calor.

Abrí el buscador y me detuve unos segundos. No quería fútbol ni periódicos ni literatura. No quería porno ni videos ocurrentes ni un powerpoint maravilloso. Pulsé una tecla y la siguiente y la siguiente, y cuando aparecieron todas las letras leí “Larisa Irinova”. Entonces mi dedo presionó “Intro” y la pantalla se transformó en 0,33 segundos. Miré los diez primeros resultados y elegí un extraño PDF de cuatro páginas, un folleto religioso cuya cabecera rezaba “Boletín de la Asociación Pía Unión San Judas. Año II. Número 4. Diciembre de 2003”. 

Una maquetación de otro mundo mostraba información sobre la cercana celebración de la Navidad, las cartas enviadas por los feligreses, una poesía infantil dedicada al Niño Jesús y un cupón para donaciones que incluía un hueco para anotar la cuenta bancaria. En la última página un recuadro contenía un titular destacado, “Pía Unión Sufragios”, y la primera frase decía: “Durante estos meses tendremos presentes en nuestras oraciones, en particular, a estos hermanos difuntos”. A continuación se reproducían una treintena de nombres, en mayúsculas, sin orden de concierto, con un pequeño signo “más” a modo de cruz junto a cada uno de ellos. Repasé la lista y casi al final estaba Larisa, tal como esperaba.

Volví inmediatamente a la cabecera y me fijé en la dirección que constaba en el boletín, la localicé en el callejero digital y la pude situar en el madrileño barrio de San Blas, a una estación de metro de Simancas o Las Musas, una zona poblada por 160.000 almas de clase media. Aquellas calles eran las del pueblo de Canillejas hasta 1949, año en que Madrid lo engulló oficialmente, y pasaron por tantas fases como el propio transcurrir de España, hasta que se convirtió en un asequible distrito residencial.

Pasé al siguiente listado de resultados y mis ojos se clavaron en una entrada al periódico madrileño en el que se publicaban las esquelas, pero esta vez había un documento distinto, un texto, puede que una noticia. Moví el ratón y resonó el “clic” en mi cabeza. Se abrió una doble página con varias fotografías bajo el titular “Un tributo a las personas vinculadas al diario que han fallecido a lo largo de sus 25 años de existencia”. Larisa no estaba entre los principales, no merecía una imagen o una breve biografía. Pero de nuevo su nombre estaba allí, en la pantalla, junto a otros muchos, en un recuadro sombreado encabezado por las palabras “Compañeros que se han ido”.
Apresurado, me fui a la web del periódico. Si trabajaba allí, si era periodista, debía de haber decenas de informaciones firmadas por ella. Accedí a la hemeroteca y puse su nombre. Pero sólo apareció una entrada que tardó en abrirse tanto como yo en comprender lo que tenía ante mí.

Perfil: Necrológicas
Larisa Irinova, sindicalista y trabajadora del diario
16/07/1994
Larisa Irinova, de 40 años, falleció el pasado día 14 de julio, a consecuencia de un cáncer de pulmón, en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Irinova, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología, formó parte del equipo fundacional del diario. Desde 1990 era jefa del negociado de Publicidad, responsabilidad que desempeñó hasta el día de su fallecimiento. 

Larisa era hija de uno de los “niños de la guerra”, refugiados en la Unión Soviética durante la contienda civil, y regresó a España en plena Transición, siendo todavía muy joven. Para ella era un país nuevo y extraño, una aventura arriesgada en la que aprender a amar y vivir. Seguí leyendo.

Tan sólo disfrutó de una excedencia a principio de la década de los ochenta, que dedicó a dar clases de filosofía, materia que la apasionaba. Mujer inteligente y de una extravagancia sutil, gran amante de los grandes viajes, de humor cáustico y poco espectacular, Irinova era madre de dos hijos gemelos, Iván y Sasha, nombres que recibieron porque ella y su marido, el escritor y portavoz del Partido Comunista en el Ayuntamiento de esta ciudad, Juan Francisco Márquez, decidieron concebirlos en Moscú.

Por fin empezaban a percibirse los rasgos de JF Márquez, de los hijos, de las respuestas a algunos de los por qué planteados en los últimos meses. Razones para muchos de los interrogantes que había ansiado desvelar.

En la actualidad era miembro del Comité de Empresa del diario, al que ya había pertenecido en otras ocasiones y para el que en las últimas elecciones encabezó la candidatura de Comisiones Obreras, sindicato en el que ni su marido recuerda cuándo ingresó, ya que cuando la conoció en Damasco (Siria), hace una década, ya llevaba años en esta organización.

Una vida, cuarenta años, un trabajo, un amante, dos hijos y una muerte ocuparon menos de quince líneas en la sección necrológica de un periódico. Pero los recuerdos, el amor, los abrazos que no pudieron ser y que sin embargo allí estaban, se extendían día tras día y llegaban a un lugar donde permanecían para siempre. Mi historia era una historia ajena, construida sobre una ausencia. Recordé la fotografía familiar que minutos antes oculté en el cajón. Necesitaba conocer al arquitecto de la historia de Larisa. Introduje mi correo electrónico y mi contraseña. Se abrió la página de inicio de mi red social. Puse el cursor sobre “Buscar personas, lugares y cosas” y tecleé: “Juan Francisco Márquez”.

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