viernes, 12 de julio de 2013

Dique seco


Tras varios meses en el dique seco, reposando la necesidad real de mantener un blog, he llegado a la conclusión de que no existe esa necesidad. Y eso es precisamente lo que más me ha animado a retomarlo y difundirlo: no tengo ninguna obligación, no es una responsabilidad con terceros, no hay más motivos que hablar de lo que me gusta. Repasando la entrada anterior a ésta, la dedicada a la película de Almodóvar, he recordado que por aquellas fechas me desvivía por ir a ver Ana Karenina. Una delicia de película, dicho sea de paso, que hube de disfrutar en Granada, porque en Antequera no se tuvieron noticias de ella.


En estos tiempos que corren irse al cine es casi una heroicidad, con el precio al que están las entradas, incluyendo esa brutal subida del IVA que sufre la cultura. Y también, según se mire, es casi una obligación, por la dosis de diversión y de abstracción de la realidad que puede proporcionar. Ir al cine sin pensárselo dos veces es difícil de cuadrar, y los que le ponemos ganas al tema echamos de menos unas mínimas facilidades.

En las únicas salas de cine que hay en Antequera pusieron una interesante oferta: por ir un miércoles te regalaban la entrada del miércoles siguiente. No estaba mal. Lástima que el miércoles, 27 de febrero, anularan la oferta. El motivo es que era víspera de festivo. ¿Estaba abarrotado el cine entonces, no hacía falta la oferta? Pues no, había tan poca gente como siempre. Es más, a las diez y media de la noche la persiana metálica del cine estaba ya echada.

Así que la entrada costó siete euros y medio un miércoles por la tarde. El sábado por la noche, en Granada, “Lo imposible” (espectacular película española) se podía disfrutar por cinco euros. Pero en Antequera un miércoles víspera de festivo no había descuentos en taquilla para animar a los potenciales espectadores.

Bueno, en la taquilla propiamente dicha, seguro que no. Porque nadie atendía la taquilla. Allí, tras el cristal, un cartel indicaba que las entradas se compraban en el ambigú, junto con las palomitas de maíz, las chocolatinas y los refrescos. Una situación de película surrealista: “Dos para la uno. Las palomitas grandes. Que sean centraditas. El refresco bajo en calorías. ¿Cómo que no hay oferta?”

En la actualidad, las penurias económicas de cualquier empresa no hace falta describirlas. Lo que me pregunto a veces, dadas mis cortas luces comerciales, es si por ejemplo en un cine, a igualdad de ingresos, es mejor tener a veinte personas en una sala, medianamente contentas o medianamente contrariadas, o a cincuenta satisfechas. Sin duda es un planteamiento demasiado simple por mi parte. Será el efecto de las palomitas.




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