lunes, 15 de julio de 2013

Una rueda pinchada



 

El gato encaja y en el informativo de la radio dan la noticia de los SMS entre Rajoy y Bárcenas


Una rueda pinchada es lo que encontré ayer cuando me disponía a volver a casa desde Málaga. Había estado dos semanas de vacaciones con mi hijo, en Antequera, que es donde vivo. Mi ex se fue de viaje y en esas ocasiones me deja su coche, bastante mejor conservado que el mío. Así que dejo mi desvencijado Citroën Xsara ante su domicilio malagueño y me llevo su Opel Zafira.

Y en ésas estaba cuando me despedí del niño, bajé a la calle y me fijé en una familia que estaba cambiando, al alimón, la rueda de una furgoneta. Aparto la vista y diez metros más allá mi Xsara dorado, dorado hortera para más señas, se me aparece herido en una “pata”. Si fuera un caballo hubiera tenido que sacrificarlo, pero al tratarse de la rueda de un coche decidí sacrificarme a mí mismo.

Cambiar una rueda consiste en sacar y meter tornillos. Dicho así no tiene complicación y ese hecho concreto, la verdad, es fácil. A mí se me complica la vida cuando tengo que empezar a vaciar el maletero: dos paraguas, tres bolsas reutilizables del Mercadona, un juego de bolos de juguete todavía en su envoltorio, dos cajitas de bombillas de las que ya no hay que llevar en el coche, unas cuantas bolsas de plástico… Cuando tengo el maletero despejado e intento levantar la alfombrilla, entonces caigo en que no: la rueda de repuesto no está en el maletero, sino en una rejilla bajo el chasis, cuyo soporte tengo que desatornillar. Desde el maletero, eso sí.

La rueda de repuesto y la caja del gato, dos en uno, salen de la rejilla con todo el polvo de los trayectos Antequera-Málaga-Antequera del último lustro. Y se me sigue complicando la vida cuando tengo que adivinar cómo se coloca el gato. A 32 grados de temperatura y la humedad ambiente malagueña, el polvo terrizo se enfanga con mi sudor. Pruebo el gato en tres posiciones distintas. No. Me doy cuenta de que hay un pequeño diagrama cincelado sobre el artefacto. Creo haberlo comprendido, pero no. Vuelvo a intentarlo. Tampoco.

Tirado en el suelo, con el maletero y las puertas traseras abiertas, la polvorienta rueda de repuesto esperando y el gato rebelde, los pocos transeúntes que pasan por la calle comentan que es hacer daño por hacerlo, que vaya gusto que se le saca, que ha sido desde tres manzanas más allá hasta aquí. La chica adolescente de la familia de la furgoneta se acerca y me pregunta por mi rueda: hace dos días pincharon las de todos los coches aparcados, de los más nuevos se llevaron varias por delante.

Pues nada, que he tenido suerte entonces. De repente, por arte de magia, el gato encaja a la perfección, le doy a la manivela y el Xsara se levanta lentamente, mientras la goma muge. Con unos centímetros vale. Es la una de la tarde, empieza el informativo en la radio y entre apretar y aflojar tornillos me voy enterando de que el periódico El Mundo ha publicado los SMS entre Bárcenas y Rajoy. Una relación, entrañable, sin duda. Y ahí están sus entrañas, desparramadas en el suelo, salpicando el gato y manchando la rueda de repuesto. Ahí están sus entrañas, estorbando. Se las comerán el uno al otro y cuando se den cuenta lo que quede de ellos estará en el basurero.

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